Chuchita: la tatarabuelita de Puebla

*Hoy la habitante más antigua de Puebla acompaña diariamente a los comensales de uno de los restaurantes más emblemáticos de la ciudad

Jaime Carrera

Puebla, Pue.- En la Casa del Mendrugo hay un conjunto de restos óseos que acaparan las miradas de los visitantes. Si algo no ha perdido Chuchita, una mujer que habitó lo que hoy es Puebla, pero hace tres mil 522 años, es el respeto de quien la visita.

A la entrada de su actual morada aguarda una representación en cartón de la mujer: una viejecilla de máximo 60 años de edad que da una cálida bienvenida a sus invitados, justo detrás, están los restos de su osamenta y un gran número de pertenencias con las que fue enterrada.

La tatarabuelita de esta ciudad está más viva que nunca y representa un episodio difícil de creer: el de una mujer indígena, perteneciente a la cultura Olmeca que se asentó en la ribera del Río San Francisco y cuyos restos han sido testigos de la conformación, paso a paso, de la actual sociedad.

El anecdotario de la vida de Chuchita se fue construyendo con el paso del tiempo y se consolidó como un hallazgo sin precedentes en el primer sitio arqueológico localizado dentro de la zona de monumentos de la capital de la entidad poblana: la zona de la 4 sur 304 en el Centro Histórico.

Lo que comenzó en septiembre de 2010 como una rehabilitación del inmueble que formó parte del primer colegio Jesuita en Puebla –de allí su nombre: Chuchita–, terminó por ubicar un entierro humano de un personaje muy querido y respetado por su comunidad.

Sus padres –que la bautizaron–, los arqueólogos Arnulfo Allende y Oswaldo Camarillo, descubrieron, además, a un segundo personaje de sexo masculino (Chuchito) de menor edad que Chuchita, pero de una estructura corporal robusta, cuyos restos se encontraron dispersos.

Chuchita, por su parte, era todo lo contrario, una mujer chaparrita, con rasgos sumamente remarcados, pero de mirada acogedora, de esas ancianitas que dan paz y tranquilidad, según los modelos de representación facial y corporal que le dieron vida a su historia.

Si bien Puebla se fundó en 1531, poco más de tres mil años antes la mujer y la aldea contigua al río ya eran parte del paisaje que se conoció como un valle despoblado con antiguas civilizaciones asentadas en territorios cercanos como Tlaxcala, Cholula, Totimehuacán y Cuautinchán.

El entierro Olmeca abrió una puerta relevante para los poblanos: el de la evidencia fidedigna de la existencia de vida de quienes habitaron este valle, y la conformación de relatos prehispánicos que datan del año 1501 A.C., cuando deambulaba la figura encorvada de Chuchita.

Hoy la habitante más antigua de Puebla acompaña diariamente a los comensales de uno de los restaurantes más emblemáticos de la ciudad, tanto en la parte alta del recinto, el museo donde se pueden apreciar sus restos, como en la representación de su entierro original.

De acuerdo con especialistas del INAH, Chuchita era parte importante del entorno en el que vivía, y de ello dan cuenta las llamativas pertenencias con las que fue enterrada: pistilos de jade, piedras talladas, dientes de roedor, espejos de magnetita obsidianas y ornamentas de concha.

Hoy la historia no es diferente, Chuchita sigue siendo venerada, y no es para menos, pues ella sería el preámbulo de los hechos que han forjado a esta ciudad y sociedad, desde su pasado prehispánico, hasta la Conquista española y todas las guerras que en sus calles se han librado.

 

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